26 agosto, 2008



Perdí toda esperanza de verte
y los días se hicieron herida.
El laberinto abrigaba los colores del destino
mientras me perdía en él
a fuerza de olvido y sombras,
de sobrevivir cálidamente en otra piel
para soportar el duelo de tus ojos.
Luego, inventé para ti otros nombres
en un silabario de venganzas.
No hubo tregua para tu ausencia,
mi boca se hizo alambrada y espino.
No quedaban más caminos para andarnos,
sólo tapizaba la hiedra desesperada
los viejos quizás.

A tu vuelta
era yo muralla de espuelas.
Cada palabra tuya era puñal en mis manos,
cada mirada, sabor de ofensa.
Eran días de luz y desasosiego
de te odio porque me dueles
de si te has de ir, no vuelvas.

Preparé una tregua en la víscera al acecho
una bandera blanca
que permitiese recoger todos nuestros muertos,
enterrar cada crisantemo,
cada recuerdo,
cada sombra cobijada en el aullido.

Y regresaste altivo,
guerrero que reclama lo que es suyo,
pero ya nada era tuyo, mi capitán.
Nada hubo entre tus manos
mientras yo no quise.
Incrédulo era mi paso,
incrédulas mis tripas,
aunque tu boca entonase
un alto el fuego para reconstruirnos.

Y entonces, no sé cómo
-nunca se sabe cómo-
se deshizo el conjuro preciso
y de mis ojos llovió
otra vez
tu nombre.


(en Mares Online, Ed. Sial 2008)




Imagen: David Graux

No hay comentarios: